Del cerebro hostil al cerebro inteligente

Del cerebro hostil al cerebro inteligente

Escrito por: Mari Luz Sánchez García-Arista

NEUROCIENCIA Y GESTIÓN DE CONFLICTOS

Desde que la tecnología permite la obtención de neuroimágenes, los estudios sobre el cerebro humano y los diversos mecanismos que subyacen a nuestras emociones, sentimientos, conductas, toma de decisiones, aprendizajes, percepciones, interpretaciones, estilos relacionales y comunicativos, razonamientos, etc., han ido aportando a las diversas disciplinas, conocimientos fundamentados y clarificadores, que implican nuevas perspectivas y planteamientos. A pesar de la inercia de resistencia a los cambios de personas y profesiones, la nueva luz que aporta la Neurociencia va filtrando las ciencias en general, y las ciencias sociales en particular, como consecuencia de una paulatina y constante mejora en la comprensión del comportamiento humano. Actualmente, la Neurociencia, la pasión por conocer el cerebro, se ha convertido casi en moda. Tal vez la explicación sea la curiosidad que despierta en nosotros saber cómo somos, cómo es esa “máquina maravillosa” donde se genera lo que pensamos, lo que sentimos y nuestra conducta consciente e inconsciente (Mora, 2002; 2004; 2010). Sin embargo, en la formación a profesionales que trabajarán con conflictos, aún es minoritaria la inclusión de estos conocimientos en sus programas.

La Conflictología y su objeto de estudio -comprensión de los conflictos y sus dinámicas- puede enriquecerse mucho y experimentar un gran avance con las aportaciones de la Neurociencia. Los conflictos surgen de forma natural en las interacciones humanas. Es fácilmente imaginable y observable que existen multitud de situaciones en que distintas personas o grupos perciben divergencia de intereses respecto a otras, con expectativas que se plasman en aspiraciones vestidas de incompatibilidad. Los conflictos sobrevuelan nuestra cotidianeidad y, cualquiera que sea el contexto, tienen similares manifestaciones:

  • Las emociones negativas afloran, produciendo sesgos en la percepción y el pensamiento
  • La comunicación se distorsiona, se bloquea y se llena de reproches implícitos o explícitos; con frecuencia, se interrumpe
  • Las actitudes se polarizan, generando posicionamientos: “conmigo o contra mí”
  • Las narrativas, polarizadas también, crecen en rigidez e intransigencia.
  • Las relaciones se tensionan y deterioran o incluso, se rompen.
  • El clima de convivencia se resiente, convirtiéndose en caldo de cultivo para interacciones dañinas, destructivas y tóxicas, surgiendo con frecuencia coaliciones y subgrupos enfrentados

Como podemos constatar, conflicto-emociones van intrínsecamente unidos en una continua interacción de retroalimentación, por lo que conocer los mecanismos emocionales y sus procesos neurológicos fundamentales (Damasio, 2006; 2010) nos ayudará a comprender mejor los conflictos y sus dinámicas internas, directamente relacionadas con los posicionamientos y las narrativas.

Los conflictos pueden adoptar un curso constructivo -conflicto como oportunidad– o destructivo, produciendo desencuentro, dolor y escalada creciente. Nos jugamos mucho -principalmente, la convivencia y la salud- en afrontarlo constructivamente, pero para ello se requieren conocimientos y habilidades. Sintetizando: necesitamos aprender a transitar desde la hostilidad hacia la inteligencia.

 

CEREBRO HOSTIL O SECUESTRADO.  CEREBRO INTELIGENTE

Es de sobra conocida la famosa imagen del iceberg como metáfora del conflicto -de su parte visible (10%) y no visible (90%)- y como explicación de la connotación negativa con la que se lo reviste. Pero en la actualidad, ya conocemos qué pasa en el cerebro humano cuando manifiesta ese 10%; sabemos cómo cuando alguien se enfada su amígdala cerebral genera emociones como la ira; el cerebro emocional, ése que ha protegido al ser humano durante tantos cientos de años, entra en acción. Hasta ahí, el proceso es natural, sí. Pero, el cerebro humano ha evolucionado y su corteza prefrontal nos ha dotado de la capacidad para razonar y tomar decisiones inteligentes (Morgado, 2010; 2014; 2015). Eso sí, para ello la persona debe gestionar las emociones que su amígdala genera. De lo contrario, será la amígdala la que controlará las respuestas y el comportamiento, “secuestrando” la parte racional del cerebro (Goleman, 1995) y quedando éste en “modo hostil” (Beck, 2003), que implica “defensa-ataque”; es decir, un modo reactivo, no inteligente del cerebro.

Y es así, en este modo hostil, como las partes llegan a mediación: con un cerebro dirigido por la famosa “amígdala” y secuestrada su capacidad de razonar. Se hace necesario ayudarles a transitar hacia otro modo de funcionamiento más inteligente antes de pretender que se sitúen en territorios colaborativos y generadores de acuerdos.

La percepción y la interpretación son dos mecanismos de nuestro cerebro críticos en la génesis de la respuesta que damos a los conflictos. Son el “ojo” con el que nuestro cerebro mira, evalúa y define la realidad. Un proceso subjetivo, con un componente altamente educativo y experiencial.

Esto explica cómo, ante una misma realidad, las personas que llegan a mediación tienen narrativas divergentes. Sin una intención de engaño, “lo ven” desde distinta perspectiva y, desde ella, crean una narrativa que la justifica.

Es a partir de lo que percibimos y cómo lo interpretamos como la amígdala reacciona y genera emociones. Si éstas no son gestionadas, provocan el “modo hostil o secuestrado”. Como consecuencia, el pensamiento se distorsiona y el diálogo interior se sesga, produciéndose el “posicionamiento”, polarizado en el binomio “culpa-razón”. El conflicto queda atrapado en un ciclo que retroalimenta su escalada.

La buena noticia es que la Neurociencia nos demuestra la plasticidad del cerebro por la que es capaz de asumir cambios durante toda su vida mientras permanezca sano. Un cerebro en modo reactivo da respuestas automáticas -desde su “mochila”- es decir, desde los “estilos de afrontamiento” del conflicto aprendidos. Pero, la plasticidad nos permite aprender a cambiar los “estilos” automáticos de respuesta por “estrategias inteligentes”. Realmente, este es el pilar de la mediación: se puede ayudar a una persona cuyo cerebro ha entrado en ese ciclo de escalada destructiva e ir ayudándole a que cambie a un modo pleno, integrado, inteligente (Siégel, 2017). Este proceso de cambio -gestionando su “inundación emocional”- le permitirá flexibilizar paulatinamente su posicionamiento para encaminarse hacia un territorio más colaborativo donde el acuerdo sea posible.

Sánchez García-Arista, ML., 2017

 

NEUROCIENCIA E INTERVENCIÓN MEDIADORA

A partir de las aportaciones de la Neurociencia, podemos definir la mediación como “un proceso asistido por un tercero imparcial -la persona mediadora- que ayuda a las partes en conflicto a transitar desde la hostilidad hacia actitudes colaborativas capaces de generar acuerdos mutuamente satisfactorios”.

Con “proceso asistido” nos referimos a la ayuda profesional desde el rol mediador, que implica, como es fácil deducir, conocimientos sobre las emociones, las dinámicas del  conflicto y la comunicación, para poder ejercer su función de dirigir el proceso. Así, el mediador o mediadora apoya a cada una de las partes para que realicen su propia transición desde el modo hostil, que genera y alimenta su posicionamiento, hasta el modo inteligente en el que va flexibilizando el mismo e identificando sus intereses y necesidades, al tiempo que crece su responsabilidad sobre el conflicto.

Pero, ¿cómo podemos llevar a las partes DESDE UN MODO HOSTIL HASTA UN MODO INTELIGENTE de su cerebro a través de nuestra intervención mediadora? Realmente, ésta es la esencia de nuestro oficio como profesionales de la mediación y gestión de conflictos. Las narrativas de las partes reflejan las claves tanto para el diagnóstico como para el diseño de la intervención mediadora, ya que son el espejo de las emociones y de la perspectiva sobre el conflicto. Cuando la activación emocional no se aborda en fases iniciales del conflicto, la distorsión del pensamiento y diálogo interior que se produce construye narrativas que reflejan esas emociones no gestionadas. Las partes traducen en palabras su percepción y vivencia del conflicto así como las emociones generadas en el proceso de escalada. Al hacerlo, vuelcan su activación emocional, las ofensas guardadas, su dolor, su ira, resentimiento… que constituyen la raíz del bloqueo en su posición; son los ladrillos que conforman sus defensas y retroalimentan su pensamiento y diálogo interior sesgados, su actitud de “echar leña al fuego”, motivada por el espejismo de que es ahí, en ese posicionamiento férreo, donde reside su “poder”.

La escucha activa es la herramienta fundamental para promover el “volcado emocional” a través de las narrativas. Éstas suelen estar pobladas de “reproches” que se intercalan entre la información que aportan y reflejan no sólo las emociones sin gestionar, sino también las necesidades de las partes, resultando indicadores claros de campo de trabajo.

El proceso de mediación implica una serie de actuaciones que tienen como objetivo la consecución de cambios en las partes que generen en paralelo una transformación del conflicto. Cuanto más fundamentemos esas actuaciones en la comprensión de cómo están, cómo se sienten y qué necesitan las partes -cada una de ellas desde su “mochila”- más fácil será para nosotros -profesionales de la mediación- diseñar las intervenciones a través de las cuales promoveremos y apoyaremos la transición del modo hostil al modo inteligente, desde el que serán capaces de escucharse, legitimarse y construir juntos los acuerdos que recojan los intereses de ambos.

En la práctica, tanto la autoridad moral que las partes nos otorgan, como la confianza y seguridad que necesitan para comunicar una narrativa en la que “desnudan su conflicto” ha de ser motivada y generada por la actuación de la persona o personas mediadoras (si es “comediación). El lenguaje verbal y no verbal son críticos, pero también sus conocimientos teóricos y prácticos sobre los conflictos y las emociones, intrínsecamente unidos y en permanente retroalimentación.

En conclusión, para ayudar a transitar a las partes de un modo hostil a un modo inteligente, como ya hemos dicho, resulta imprescindible conocer los mecanismos que intervienen en dicha transición. La Neurociencia nos aporta luz sobre los mismos. Es por tanto imprescindible que la formación de los profesionales de la mediación y gestión de conflictos incluya dichos conocimientos.

 

Los conocimientos sobre el cerebro humano que actualmente aporta la Neurociencia, posibilitarán que nuestra intervención mediadora se vista de rigor y eficiencia.

 

*** Artículo basado en el contenido del libro: “Del cerebro hostil al cerebro inteligente. Neurociencia, conflicto y mediación”. Mari Luz Sánchez García-Arista. Ed. Reus, 2021

Mari Luz Sánchez García-Arista

Dra. Psicología, Pedagoga y Mediadora

E: luzarista@hotmail.com
T: 616677506

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  • Posted by AMM
  • On 21 de septiembre de 2021
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Tags: cerebro, conflicto, emociones, mediación, narrativas, neurociendia